Ya me había acostumbrado a dormir en el total silencio y en la total oscuridad. El pánico nocturno fue cediendo conforme los días pasaban y mi cansancio nocturno al fin pudo contra mi temeroso espíritu. Ya después de superar mi miedo a la nada esa alucinación se volvió mi rutina y mi costumbre, y como parecía un chiste, mordaz entonces, acepte mis circunstancias porque solo la vida puede ser así de irónica con el individuo. No conozco mayor sadismo que la realidad.
Era curioso también, que mis sueños fueran sobre ir al colegio e ir a tirar los jueves la basura al contenedor. Sobre otras personas. Sobre gente andando por el mundo en tal cantidad que yo era una insignificancia. Un engrane mas, una lejana voz. Era gracioso, alguien sin duda reía, probablemente era yo, desde mis adentros, pero me gustaba creer que toda la razón de mi fatalidad era una comedia de negro humor y que alguien espectaba.
Imagine que cerca del mar, a mis días podría acompañarlos el sonido de las olas golpeando la arena y las rocas de algún peñasco. En la ciudad no había ni lluvia ni viento ni frutas que cayeran maduras de algún árbol. Quise viajar al mar entonces, pero me detuvo la ignorancia de su localización. En este mundo no existía un solo mapa e inclusive el cielo permanecía siempre nublado, impidiéndome la localización que me pudiesen dar las estrellas.
Recordé una visita en mi infancia al mar y vagué por la ciudad en busca de mi recuerdo y cuando el recuerdo más acertado –y aun insuficiente- me indicó una carretera, caminé por ella durante cuatro días sin encontrar algún destino. Volví, ocho días después de mi partida, cansado y hambriento. Y abandoné la idea.
No me quedó ya más que acostumbrarme a dormir en total silencio, cubierto por un extraño frió y en una oscuridad de inquietud y de aprensión.
Era curioso también, que mis sueños fueran sobre ir al colegio e ir a tirar los jueves la basura al contenedor. Sobre otras personas. Sobre gente andando por el mundo en tal cantidad que yo era una insignificancia. Un engrane mas, una lejana voz. Era gracioso, alguien sin duda reía, probablemente era yo, desde mis adentros, pero me gustaba creer que toda la razón de mi fatalidad era una comedia de negro humor y que alguien espectaba.
Imagine que cerca del mar, a mis días podría acompañarlos el sonido de las olas golpeando la arena y las rocas de algún peñasco. En la ciudad no había ni lluvia ni viento ni frutas que cayeran maduras de algún árbol. Quise viajar al mar entonces, pero me detuvo la ignorancia de su localización. En este mundo no existía un solo mapa e inclusive el cielo permanecía siempre nublado, impidiéndome la localización que me pudiesen dar las estrellas.
Recordé una visita en mi infancia al mar y vagué por la ciudad en busca de mi recuerdo y cuando el recuerdo más acertado –y aun insuficiente- me indicó una carretera, caminé por ella durante cuatro días sin encontrar algún destino. Volví, ocho días después de mi partida, cansado y hambriento. Y abandoné la idea.
No me quedó ya más que acostumbrarme a dormir en total silencio, cubierto por un extraño frió y en una oscuridad de inquietud y de aprensión.
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