No hubo durante un tiempo una razón para despegarme de la cama. Dormitaba a cada rato y hacía de mis sueños una prolongada extensión de la realidad. Porque el mundo donde me encontraba había sido vaciado de todas las ventajas que alguna vez, en mi retorcida mente había imaginado para holocaustos similares.
No había un solo aparato eléctrico y electrónico que funcionara. Ningún auto encendía, ningún ventilador, ningún foco. Siquiera las linternas a pilas. Nada. También los animales desaparecieron. Ni las cucarachas ni las moscas. Ninguna forma de vida ni su rastro al menos. Ningún cadáver encontró mi vista. El cielo oscilaba entre el gris y la oscuridad total. Las nubes, o más bien la única nube –puesto que la mancha gris en el cielo era sorprendentemente uniforme- nunca se movía. Tampoco del viento había indicio; mis huellas sobre la tierra permanecían indemnes. Desde luego, no llovía. Todo se encontraba como paralizado, así prefería verlos más que finalizado, conservando la esperanza de que todo volviese a la normalidad o al menos que las cosas continuaran su curso de cualquiera que fuera la forma. Un día de pronto hallé a todos los arboles desprovistos de hojas y a todas las praderas sin rastro de hierba o césped y tampoco encontré hojas secas ni plantas chamuscadas. Simplemente desaparecieron.
Justifique la locura. Desde el primer instante de encontrarme solo ya era irreal la situación. ¿Por qué no habrían de serlo los demás eventos? No había explicación científica ni mística. No había virus mortales, ni zombis, ni extraterrestres ni guerras nucleares. No me molesté en encontrar la solución, tan perturbado me encontraba que en medio de aquella demencia no me hacía falta nada en que creer. Por eso despertaba, no sé a qué horas, no importaba, sin razón para buscar la salida. ¿Salida? Reí cuando me enteré de que no me encontraba siquiera encerrado.
No había un solo aparato eléctrico y electrónico que funcionara. Ningún auto encendía, ningún ventilador, ningún foco. Siquiera las linternas a pilas. Nada. También los animales desaparecieron. Ni las cucarachas ni las moscas. Ninguna forma de vida ni su rastro al menos. Ningún cadáver encontró mi vista. El cielo oscilaba entre el gris y la oscuridad total. Las nubes, o más bien la única nube –puesto que la mancha gris en el cielo era sorprendentemente uniforme- nunca se movía. Tampoco del viento había indicio; mis huellas sobre la tierra permanecían indemnes. Desde luego, no llovía. Todo se encontraba como paralizado, así prefería verlos más que finalizado, conservando la esperanza de que todo volviese a la normalidad o al menos que las cosas continuaran su curso de cualquiera que fuera la forma. Un día de pronto hallé a todos los arboles desprovistos de hojas y a todas las praderas sin rastro de hierba o césped y tampoco encontré hojas secas ni plantas chamuscadas. Simplemente desaparecieron.
Justifique la locura. Desde el primer instante de encontrarme solo ya era irreal la situación. ¿Por qué no habrían de serlo los demás eventos? No había explicación científica ni mística. No había virus mortales, ni zombis, ni extraterrestres ni guerras nucleares. No me molesté en encontrar la solución, tan perturbado me encontraba que en medio de aquella demencia no me hacía falta nada en que creer. Por eso despertaba, no sé a qué horas, no importaba, sin razón para buscar la salida. ¿Salida? Reí cuando me enteré de que no me encontraba siquiera encerrado.
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