dos dos

No hubo durante un tiempo una razón para despegarme de la cama. Dormitaba a cada rato y hacía de mis sueños una prolongada extensión de la realidad. Porque el mundo donde me encontraba había sido vaciado de todas las ventajas que alguna vez, en mi retorcida mente había imaginado para holocaustos similares.
No había un solo aparato eléctrico y electrónico que funcionara. Ningún auto encendía, ningún ventilador, ningún foco. Siquiera las linternas a pilas. Nada. También los animales desaparecieron. Ni las cucarachas ni las moscas. Ninguna forma de vida ni su rastro al menos. Ningún cadáver encontró mi vista. El cielo oscilaba entre el gris y la oscuridad total. Las nubes, o más bien la única nube –puesto que la mancha gris en el cielo era sorprendentemente uniforme- nunca se movía. Tampoco del viento había indicio; mis huellas sobre la tierra permanecían indemnes. Desde luego, no llovía. Todo se encontraba como paralizado, así prefería verlos más que finalizado, conservando la esperanza de que todo volviese a la normalidad o al menos que las cosas continuaran su curso de cualquiera que fuera la forma. Un día de pronto hallé a todos los arboles desprovistos de hojas y a todas las praderas sin rastro de hierba o césped y tampoco encontré hojas secas ni plantas chamuscadas. Simplemente desaparecieron.
Justifique la locura. Desde el primer instante de encontrarme solo ya era irreal la situación. ¿Por qué no habrían de serlo los demás eventos? No había explicación científica ni mística. No había virus mortales, ni zombis, ni extraterrestres ni guerras nucleares. No me molesté en encontrar la solución, tan perturbado me encontraba que en medio de aquella demencia no me hacía falta nada en que creer. Por eso despertaba, no sé a qué horas, no importaba, sin razón para buscar la salida. ¿Salida? Reí cuando me enteré de que no me encontraba siquiera encerrado.

uno uno

Ya me había acostumbrado a dormir en el total silencio y en la total oscuridad. El pánico nocturno fue cediendo conforme los días pasaban y mi cansancio nocturno al fin pudo contra mi temeroso espíritu. Ya después de superar mi miedo a la nada esa alucinación se volvió mi rutina y mi costumbre, y como parecía un chiste, mordaz entonces, acepte mis circunstancias porque solo la vida puede ser así de irónica con el individuo. No conozco mayor sadismo que la realidad.
Era curioso también, que mis sueños fueran sobre ir al colegio e ir a tirar los jueves la basura al contenedor. Sobre otras personas. Sobre gente andando por el mundo en tal cantidad que yo era una insignificancia. Un engrane mas, una lejana voz. Era gracioso, alguien sin duda reía, probablemente era yo, desde mis adentros, pero me gustaba creer que toda la razón de mi fatalidad era una comedia de negro humor y que alguien espectaba.
Imagine que cerca del mar, a mis días podría acompañarlos el sonido de las olas golpeando la arena y las rocas de algún peñasco. En la ciudad no había ni lluvia ni viento ni frutas que cayeran maduras de algún árbol. Quise viajar al mar entonces, pero me detuvo la ignorancia de su localización. En este mundo no existía un solo mapa e inclusive el cielo permanecía siempre nublado, impidiéndome la localización que me pudiesen dar las estrellas.
Recordé una visita en mi infancia al mar y vagué por la ciudad en busca de mi recuerdo y cuando el recuerdo más acertado –y aun insuficiente- me indicó una carretera, caminé por ella durante cuatro días sin encontrar algún destino. Volví, ocho días después de mi partida, cansado y hambriento. Y abandoné la idea.
No me quedó ya más que acostumbrarme a dormir en total silencio, cubierto por un extraño frió y en una oscuridad de inquietud y de aprensión.